jueves, 9 de febrero de 2012

Artemisa... (El otro)

Después de compensar sus ratos melancólicos, Artemisa frecuentemente se veía reflejada como un espejo reluciente en muchas situaciones, personas y momentos. Se buscaba frecuentemente. Platicar con personas le hacia entender el porqué le gustaban determinadas cosas, colocarse también en circunstancias diversas la  hacían una mujer que podía experimentar varias formas de ser en ella, en ocasiones se mostraba vulnerable, otras más como la mujer más decidida del mundo. Esta posición en Artemisa era privilegiada para quienes la observaban pero un delirio para ella. Quizá por la forma en que los demás la veían.
Un tarde, caminando por las calles barrocas de la ciudad, se encontró con pequeños detalles que no había percibido debido a la saturación de emociones que en ese instante contenían sus pensamientos. Se daba cuenta de los edificios, de las luces, de las personas que se encontraban en el lugar, del ruido -ya sea por las crecientes palabras que la gente aventaba al aire o por el sonido de los autos pasar junto a ella-. Artemisa se preguntaba si en algún momento alguien tendría la capacidad de inventar unos zapatos que permitiesen contener el registro de vida de quien se los pone, se decía a sí misma que sería un invento fabuloso y ayudaría a la comprensión en el desarrollo de los lazos íntimos que la gente mantenía con el otro. "Ponte en los zapatos del otro" era el refrán en el que pensaba mientras caminada y se le venía a la mente ese increíble invento.
Con el paso de los días, Artemisa gustaba de salir a muchos lugares, fueran parques, cines, plazas, ella meditaba. Buscaba escenarios donde crear historias, ayudada de su incondicional cámara. Miraba como aquellas personas, que buscaban ocupar su tiempo, platicaban con sus acompañantes; unos más afortunados -pensaba ella- acudían con sus mascotas. Y es que hablar consigo mismo era para Artemisa un momento íntimo, pero hablar con tu mascota era un momento de amistad sincera. Sentada (ya sea en rocas, bardas, bancas), se quedaba ahí, imaginando y preguntándose que rodea esas charlas que hace en ese momento estar ahí a esos dos, o tres o cuatro.
De niña, cuando salía con sus padres en el coche y veía en la ventanilla de los otros automóviles se preguntaba que estarían diciendo las otras personas que estaban dentro, ¿Cómo sería su vida? ¿Que sentirían en ese momento?. Esa necesidad de Artemisa de entender lo que el otro anhela, desea, piensa o cree se despertó desde temprana edad. Tal vez sea una curiosidad sumamente habitual en determinando momento de la vida pero aún ahora sigue despertando la más traviesa curiosidad en la joven Artemisa.
Sumergida en el olor de un buen te caliente y acompañada de una luz tenue, ella se pregunta así misma sobre los deseos de los demás: ¿Porqué las cosas son así y no de diferente manera? ¿Qué es lo que se cree correcto y que no? ¿Cómo se llega a lo que se es hoy? Como siempre, en su cabeza merodean más preguntas que respuestas, y le alegra que sea así, de lo contrario su mente se quedaría inmóvil, estática, al final muerta.