viernes, 31 de agosto de 2012

Libertad ajena

"La soledad es muy hermosa... cuando se tiene alguien a quien decírselo."
(Gustavo Adolfo Bécquer) 
Y es así como de nueva cuenta te demuestras tan libre, tan sin importar lo que los demás piensan. Esa libertad fue lo que me atrajo pero también lo que en ocasiones me ahuyenta. Y es que diría Chavela Vargas "No hay nadie que aguante la libertad ajena; a nadie le gusta vivir con una persona libre. Si eres libre ése es el precio que tienes que pagar: la soledad". Tan fácil como es asimilar que nadie te pertenece, pero ese sentido de pertenencia es lo que termina construyendo, para bien o para mal, un vínculo entre los afectos y las palabras. Supongo que eso de la soledad en la libertad, como bien lo dijo Chavela, se convierte a la larga en una especie de idolatría de sí mismo pues no se es lo suficientemente humilde para mostrar interés por la compañía del otro. Quizá, en ocasiones te preguntes si esa soledad valdrá la pena a cambio de preservar dicha libertad ¿En realidad lo vale? La valía, colocar en una balanza aquello que tiene importancia, resulta engorrosa al momento de poner por encima tus prioridades de las de los demás, por ello escoges estar solo. Si es así, es correcto, pero no esperes que al final de tu historia ésta se cuente con gran alegría y entusiasmo pues el único que la conocerá serás tú, he ahí el precio de tu elección.

martes, 15 de mayo de 2012

Hasta siempre Carlos Fuentes...

"La noche es la mejor representación de la infinitud del universo. Nos hace creer que nada tiene principio y nada, fin." (Carlos Fuentes)

Hay ocasiones, como hoy, que cuando los escritores que se vuelven parte de tu vida se marchan se siente una angustia como si un amigo emprendiera su camino y no volvieras a verlo más. Aunque el escritor jamás te conoció tu a él sí, en cada linea que impregnaba en sus textos te permitía ver algo de él, quizá no de una forma tan clara pero si dejando pistas para que le encontrases. Ahora, la única forma de revivirlo es leer de nuevo esos párrafos que alguna vez plasmó a solas y con los que pudo reír y llorar mientras escribía.

miércoles, 11 de abril de 2012

Delicias...

Disfrutar de las delicias de la vida se resume en unas cuantas lineas...


Oler la tierra húmeda cuando el agua cae del cielo. 
Ver a diario la metamorfosis entre el día y la noche acompañándose de colores cálidos y fríos. 
Despertar esa sed de saber más, aunque se sepa inalcanzable.
Hojear esos libros viejos con olor a tiempo y manchar las yemas de los dedos con tinta que se desprende cuando pasas la hoja de un lado a otro.
Respirar y sentir como el aire recorre la nariz y de repente la abandona en una breve visita.
Reír como si se hubiera acumulado una risa tímida por varios años y esperar el momento para que éstas escapen.
Sentir  el viento paseando entre la piel como aquella caricia coqueta que nadie pidió.
Saborear los colores de la comida que has olido justo antes de saber que la comerás.
Pasear por la mente aquellos recuerdos de la vida que no regresarán pero tampoco se irán.
Pensar en las situaciones que quizá nunca se darán, pues estás, despegan levemente del suelo los pies.
Creer que se es capaz de hacer hasta lo imposible aunque a simple vista no lo parezca.
Querer en cada instante tener cerca a quienes amas.
Anhelar frecuentemente más y más como si no lo pudieras alcanzar.
Recordar que la vida es un breve momento que puede uno hacerlo, o no, eterno.


... Simples delicias.

viernes, 23 de marzo de 2012

Artemisa ( Requiem por el amor )

Despertando del sueño Artemisa se da cuenta de que el dolor existe. Ella es una especie de contradicciones cuando de sentimientos se trata. Suele ser una mujer reflexiva y racional, pero a su vez ese grado de razón que la domina le juega malas pasadas. 
Un día, al amanecer, le llegaron recuerdos de su vida. En un cuadro, la escena de los momentos gratos que compartió con diferentes personas, en ese momento se dibujó una sonrisa en su rostro. Llegada la tarde ella buscaba despejar su mente, leía pequeños fragmentos de poesía, citas de los autores que tanto llenaban su espíritu y gustaba de escuchar canciones. Esto último funcionaba como detonante de momentos pasados. 
Si bien es cierto que ese sentimiento de soledad frecuentemente invadía a Artemisa, también lo era el disfrute de esos recuerdos.
Ella solía ser muy celosa de su tiempo, de sus pensamientos y sentimientos. Guardaba cuidadosamente lo que muchos regalaban a manos llenas. Pensaba que necesitaba de alguien que supiera cuidar del contenedor de sus sentimientos, pensamientos y tiempo como lo hacía ella. Tal vez una forma egoísta de pensar era la de Artemisa pero creía en que si llegaba a poner en manos de alguien incorrecto eso que tanto recelaba terminaría desbaratada y sin fuerzas. Artemisa admitía en sus pensamientos que esa posición era realmente ridícula pues buscaba frecuentemente la certeza en sus acciones, leyó un día por ahí una frase de Voltaire: la incertidumbre es una posición incómoda pero la certeza es una posición absurda, sin embargo le costaba actuar diferente. La inestabilidad a ratos aumentaba, crecía conforme pensaba en el pasado, conforme el presente avanzaba y se reflejaba en un futuro. El miedo a quedarse sola iba en aumento pero esa incertidumbre la hace caminar para algún día alcanzar la tan buscada meta por todos: estabilidad.

lunes, 19 de marzo de 2012

Amante de las letras

Sumergir los pensamientos
en las ideas materializadas del que escribe
a menudo me hace soñar,
es la forma en que se puede encontrar al escritor;
a manera de beso, sólo nos separa la tinta y una hoja.
La intimidad es cosa del pasado
pues, ahora, se ha dejado atrás
la vergüenza de los pensamientos paganos.

jueves, 9 de febrero de 2012

Artemisa... (El otro)

Después de compensar sus ratos melancólicos, Artemisa frecuentemente se veía reflejada como un espejo reluciente en muchas situaciones, personas y momentos. Se buscaba frecuentemente. Platicar con personas le hacia entender el porqué le gustaban determinadas cosas, colocarse también en circunstancias diversas la  hacían una mujer que podía experimentar varias formas de ser en ella, en ocasiones se mostraba vulnerable, otras más como la mujer más decidida del mundo. Esta posición en Artemisa era privilegiada para quienes la observaban pero un delirio para ella. Quizá por la forma en que los demás la veían.
Un tarde, caminando por las calles barrocas de la ciudad, se encontró con pequeños detalles que no había percibido debido a la saturación de emociones que en ese instante contenían sus pensamientos. Se daba cuenta de los edificios, de las luces, de las personas que se encontraban en el lugar, del ruido -ya sea por las crecientes palabras que la gente aventaba al aire o por el sonido de los autos pasar junto a ella-. Artemisa se preguntaba si en algún momento alguien tendría la capacidad de inventar unos zapatos que permitiesen contener el registro de vida de quien se los pone, se decía a sí misma que sería un invento fabuloso y ayudaría a la comprensión en el desarrollo de los lazos íntimos que la gente mantenía con el otro. "Ponte en los zapatos del otro" era el refrán en el que pensaba mientras caminada y se le venía a la mente ese increíble invento.
Con el paso de los días, Artemisa gustaba de salir a muchos lugares, fueran parques, cines, plazas, ella meditaba. Buscaba escenarios donde crear historias, ayudada de su incondicional cámara. Miraba como aquellas personas, que buscaban ocupar su tiempo, platicaban con sus acompañantes; unos más afortunados -pensaba ella- acudían con sus mascotas. Y es que hablar consigo mismo era para Artemisa un momento íntimo, pero hablar con tu mascota era un momento de amistad sincera. Sentada (ya sea en rocas, bardas, bancas), se quedaba ahí, imaginando y preguntándose que rodea esas charlas que hace en ese momento estar ahí a esos dos, o tres o cuatro.
De niña, cuando salía con sus padres en el coche y veía en la ventanilla de los otros automóviles se preguntaba que estarían diciendo las otras personas que estaban dentro, ¿Cómo sería su vida? ¿Que sentirían en ese momento?. Esa necesidad de Artemisa de entender lo que el otro anhela, desea, piensa o cree se despertó desde temprana edad. Tal vez sea una curiosidad sumamente habitual en determinando momento de la vida pero aún ahora sigue despertando la más traviesa curiosidad en la joven Artemisa.
Sumergida en el olor de un buen te caliente y acompañada de una luz tenue, ella se pregunta así misma sobre los deseos de los demás: ¿Porqué las cosas son así y no de diferente manera? ¿Qué es lo que se cree correcto y que no? ¿Cómo se llega a lo que se es hoy? Como siempre, en su cabeza merodean más preguntas que respuestas, y le alegra que sea así, de lo contrario su mente se quedaría inmóvil, estática, al final muerta.

jueves, 19 de enero de 2012

Artemisa (Desempolvando sueños)

Aquella noche Artemisa se encontraba pensativa, rememoraba los bellos recuerdos de meses pasados. De sus ojos brotaban pequeñas gotas de melancolía, gotas que lentamente bajaban por sus mejillas y teminaban en su regazo. En ese momento Artemisa curaba los pliegues que se habían ocasionado con el paso de la tormenta.
Pasando los días, y después de aquella noche de reflexión, Artemisa buscaba liberar el espíritu, huir de esa intoxicación de sentimientos. Salía a caminar, mientras los rayos de sol la acariciaban competitivamente con el aire que había en el ambiente. Al caminar pensaba sobre las cosas que le sucedían en esos días, al momento escuchaba canciones que ponían a girar sus ideas.
Un día, Artemisa recibió un paquete lleno de cartas que nunca fueron entregadas en su tiempo. Cartas llenas de nostalgia que al ser leídas profanaron un cúmulo de reacciones. Entre sonrisas y delirios, locuras y deseos, hasta llegar a derrochar llanto. Ese paseo fue mágico para Artemisa, quien cansada de tanta melancolía, sonrió con aquel encanto que extrañaba dibujar en su rostro. Fue una forma de postrarse en los zapatos del otro y apropiarse del papel, cual actor en un escenario. Viviendo lo que el otro vive.
Artemisa, siendo ella una mujer llena de ironía, esa vez se quedó muda.
Ella gustaba de la lectura acompañada de una taza de café caliente, en ocasiones esa taza era sustituida por te, mientras hojeaba con gran regocijo las líneas que alguna vez un escritor famoso plasmó se percató de la insistente idea de felicidad que varias veces se repite en los libros. Recordando lo sucedido en días pasados, ella buscaba dar respuesta a semejante incógnita. En su mente estaba latente la palabra "amor" ligada a "felicidad". Muchas veces se imaginaba, con el paso de los años, como una mujer independiente y liberada, dentro de sus visiones futuras no se ubicaba como una persona enamorada, como alguien que buscará encontrar en el otro la fuente de la felicidad eterna. Esa gran idea de felicidad era la que inquietaba a ratos a Artemisa. Frecuentemente se preguntaba: "¿Qué pasa?" "¿En que momento deje de creer en los cuentos de hadas?". En silencio, reflexionaba sobre lo que la aquejaba. Horas pasaban mientras que meditaba. 
A la mañana siguiente, reanudando sus actividades diarias, la pequeña Artemisa se daba el tiempo de terminar sus pendientes, mientras que otras veces se imaginaba en situaciones que le gustaría pasar. A ratos se pensaba como una gran novelista, de esas que fuman un cigarrillo y que se dan el lujo de ver películas casi todo el día, de imaginar a sus personajes en circunstancias cotidianas pero a la vez mágicas. Ese tipo de fantasías a Artemisa la hacían sentirse como un pavo real hermoso, lleno de colores y de historia, porque en sus pensamientos ella era la protagonista escondida. La felicidad que Artemisa buscaba no era la que se basaba en las historias románticas que se escuchan de boca en boca, ella buscaba más allá del deseo carnal, ese deseo de morir por lo que se esta creyendo y queriendo.
Sí, Artemisa nunca ocultó su egoísmo, siempre se pensaba. Se pensaba desde los deseos más inmediatos como a futuro, quizá siempre ha sido su problema. En cuestión de virtudes ella siempre evitó tocar el tema cada que le preguntaban acerca de ello, quizá por la conciencia  latente de su egoísmo. No podía mencionar que fuese éste una virtud, de ser así entonces ella poseía el más grande de todos. No se percataba en sí como una mujer llena de rencores ni resentimientos por aquel egoísmo que habitaba en ella, sin embargo si creía que el mencionar su posición resultaba agresivo para el otro. Esta conciencia es lo que a menudo aflige a esta mujer que en su nombre lleva el arte, pues si bien fue la causa de nostalgia aquella noche en que sus lágrimas se derramaron, hoy más que nunca sabe que construirse con lo más simple es parte de lo que día a día va forjando la felicidad. En su mente se repite a sí misma "Los cuentos baratos, son eso ¡baratos!, mis cuentos serán baratos, pero míos".